La transición de la infancia a la vida adulta  es un proceso complejo. Es importante que padres de familia y profesores sepan distinguir entre los cambios naturales que presentan los adolescentes y los preocupantes, por ejemplo la depresión.

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La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que una de cada cinco personas en el mundo es adolescente. Esto quiere decir que, actualmente, una quinta parte de la población mundial está viviendo esta etapa, la cual puede iniciar entre los 10 y los 12 años de edad y suele finalizar a los 19.

Despedirse de la niñez para pasar a la edad adulta no es sencillo, implica pérdidas importantes y transformaciones en varios terrenos. La doctora Martha Hidalgo, docente de la UNITEC con 25 años de experiencia en consulta psicoterapéutica, asegura que: “En la adolescencia existe una sintomatología depresiva, causada por los cambios físicos, psicológicos y sociales que se experimentan”.

La especialista explica que este proceso se manifiesta en tres aspectos específicos y comparte sugerencias valiosas ‒que los psicólogos llaman factores de protección‒, que ayudan a prevenir el agravamiento de los síntomas “naturales”: 

  • Aspecto biológico. El cuerpo de los púberes de entre 10 y 14 años cambia de manera muy rápida; a veces literalmente de un día para otro, pues durante el sueño es cuando se dan los cambios físicos más evidentes, como la aparición del vello en diferentes partes del cuerpo, el aumento de estatura y el embarnecimiento corporal. Por lo mismo, durante esta etapa suelen moverse con torpeza o caminar diferente. Algunos adultos se enojan con ellos por eso y les lanzan comentarios como: “fíjate por dónde caminas”. 

Es natural sentir dolor en alguna parte del cuerpo y malestar en general.

Conviene: una buena nutrición, ciclos de sueño para descansar, actividades para ejercitarse. 

  • Aspecto psicológico. En este terreno aparecen las preguntas: ¿quién soy yo?, ¿qué cualidades tengo?, ¿cómo es la relación con mis papás? El adolescente empieza a ver de una manera distinta a sus padres, maestros y otros adultos con los que se relaciona, y hace ajustes en su interacción con ellos. En algunos momentos los trata con madurez y en otros de manera infantil, en un evento al que los psicoterapeutas llaman de progresión y regresión. Es una etapa en la cual construye su independencia y, a la vez, acepta su dependencia. 

Es natural reaccionar de manera cambiante.

Conviene: aceptar los vaivenes en las relaciones con el adolescente y contenerlo. 

  • Aspecto social. El adolescente se ubica dentro de la sociedad. Hace uso de su autonomía para seleccionar a sus amigos y a las personas con las que quiere pasar más tiempo, así como para encontrar su lugar en el mundo, mientras desarrolla su habilidad para personalizar sus afectos. 

Es natural tener momentos de aislamiento.

Conviene: fomentar actividades académicas y artísticas que reafirmen sus cualidades y le ayuden a descubrir sus habilidades; por ejemplo, en grupos deportivos, religiosos u organizaciones comunitarias. 

“Los adolescentes experimentan un torbellino de emociones ante las pérdidas por el paso de un cuerpo infantil a uno de adulto, el cambio en la relación con sus papás que los empezarán a tratar como adultos y los ajustes en su rol social”, afirma la doctora Martha Hidalgo. 

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Síntomas depresivos que pueden presentar los adolescentes

  • Irritabilidad frecuente con brotes repentinos de ira
  • Mayor sensibilidad a la crítica
  • Desinterés por actividades que antes eran de su agrado
  • Tristeza constante o llanto fácil la mayor parte del tiempo
  • Sentimientos de desesperanza y abandono
  • Problemas para tomar decisiones
  • Comportamientos de alto riesgo: manejar de manera imprudente
  • Consumo de alcohol en exceso o de sustancias prohibidas
  • Alejamiento de la familia y los amigos, para pasar más tiempo a solas
  • Visitas frecuentes a la enfermería de la escuela por dolores de cabeza, estómago u otros problemas
  • Debilidad o fatiga la mayor parte del día
  • Problemas para dormir o dormir de más
  • Cambio en los hábitos alimentarios: no tener hambre o comer más de lo habitual
  • Dificultad para concentrarse
Experimentar estas conductas de forma exagerada por periodos largos de tiempo es una señal de alerta que requiere atención profesional.

 

Los estudios indican que uno de cada cinco jóvenes sufre depresión en algún momento  de su adolescencia y la OMS define a la depresión como la primera causa de discapacidad laboral en el mundo.

La doctora Martha Hidalgo hace notar que: “un chico que tuvo una buena infancia tendrá una adolescencia más predecible, más leve”. Nuestra entrevistada ‒docente de licenciatura y maestría de la UNITEC, y quien cuenta con un doctorado en Psicoterapia‒, explica: “A veces los papás piensan que esta etapa es una locura y dicen que su hijo cambió mucho, pero no es así. Tal vez en su infancia hubo algunas señales de cuidado que los papás no detectaron y por eso en la adolescencia les sorprende tanto su comportamiento. Sin embargo, cuando se presentan cambios muy abruptos sí es recomendable acudir a una evaluación psicológica con un especialista”.

“Es importante recordar que en la adolescencia se consolida la identidad de las personas y es el tiempo justo de ayudar a los jóvenes a trabajar sus herramientas para afrontar la vida adulta. Por eso, cuando algún papá dice: ‘ya no hay nada que hacer con mi hijo, déjelo que aprenda con la vida’; yo suelo decir: ‘no, momento’. A veces lo que se desacomoda genera miedo, pero el desorden eventualmente producirá un ajuste y esa es la esperanza: que los adolescentes puedan estar mejor cada vez”, concluye la especialista.

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